La Grande Bellezza

Hoy he vuelto a ver La Grande Bellezza («La gran belleza» en español) y continuo reafirmándome en que es probablemente la mejor película de los últimos 10 años.

Es una película compleja, con multitud de lecturas y no apta para mucha gente, la verdad. El inicio es muy potente y conviene no perderse los pequeños detalles que se entremezclan entre la música y que Paolo Sorrentino ha armonizado magistralmente.

El verano de Roma, como nunca lo has sentido, es el telón de fondo de una compleja red de conexiones vitales entre personajes que aspiraron a mucho y que hoy se hunden en una decandencia que no son capaces de identificar.

Gran parte de la película es poesía moderna y el personaje princial, Jep Gambardella, va desgranando cada una de las personalidades que se interconectan mientras se prodiga en auténticas citas para la posteridad como «Lo más importante que me di cuenta al cumplir 65 años es que no puedo perder más el tiempo haciendo cosas que no quiero hacer«, “A mi edad una mujer bella no es suficiente” o «¿Qué tienen contra la nostalgia? Si es la única distracción posible para quien no cree en el futuro…«. Y todo ello con una espectacular e indiscutible banda sonora.

Ganó el Oscar, el Globo de Oro y el premio BAFTA a la mejor película de habla no inglesa. Hay que verla en versión original.

El Jefe de Todo Esto

El sábado vi «El Jefe de todo esto» de Lars Von Trier, una película que me recomendó mi hermano hace unos meses.

El jefe de todo esto

La verdad es que me gustó mucho y es altamente recomendable si quieres descansar un poco de Hollywood y, en general, del cine comercial típico. Quizás no es una obra maestra como algunos opinan, pero vale la pena verla.

«El Jefe de todo esto» es una comedia. El dueño de una empresa de tecnología quiere venderla. El único problema es que cuando fundó la empresa, se inventó a un presidente ficticio detrás del que podía resguardarse cada vez que era necesario tomar decisiones incómodas.

Cuando los potenciales compradores insisten en hablar directamente con el presidente, no le queda más remedio que contratar a un actor en paro para hacer de «presidente». El actor no tarda en descubrir que es un peón en un juego que pone a prueba su inexistente talla moral.